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Me llamo Patricia Sánchez Martín, profesora de matemáticas y tecnología del Colegio Trilema Zamora. Me gustaría comenzar mi post con un relato muy inspirador:

El bambú japonés

      “No hay que ser agricultor para saber que una cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se impacienta frente a la semilla sembrada, halagándola con el riesgo de echarla a perder, gritándole con todas sus fuerzas: ¡Crece, por favor!

      Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes: siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente.

      Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que, un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

      Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta de bambú crece ¡más de 30 metros! ¿Tardó sólo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

      Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento, que iba a tener después de siete años.

      Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas y triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.

      De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo. Y esto puede ser extremadamente frustrante.

      En esos momentos (que todos tenemos), recordar el ciclo de maduración del bambú japonés y aceptar que “en tanto no bajemos los brazos” ni abandonemos por no “ver” el resultado que esperamos, sí está sucediendo algo, dentro nuestro…Estamos creciendo, madurando.

      Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito cuando éste al fin se materialice.

      Si no consigues lo que anhelas, no desesperes… quizá sólo estés echando raíces…

 

(Autor desconocido)

Desde pequeños, nuestros padres y profesores nos guían para poder llegar a nuestro fin, plenificarnos y desarrollar todas nuestras potencialidades al máximo. Y como todo, han tenido momentos en los cuales los aprendizajes que pretendían inculcarnos no han sido todo lo rápidos que ellos hubieran deseado, pero no por eso han desistido en el intento, sino que han luchado para que aquello que pretendían enseñarnos dejara huella en nuestro interior.

Y es que el ser humano tiene distintas formas de aprender y no todos aprendemos de la misma forma ni en el mismo tiempo. Por tanto, lo que deben de hacer todos los agentes educativos (padres, profesores y la sociedad en general) es cultivar la paciencia y no desistir en aquello que los que educan tienen que aprender. Además de tener paciencia, los educadores, tienen que conocer cómo se aprende y en qué etapa de la vida se encuentran los alumnos. La adolescencia no es una etapa fácil, como todo cambio, conlleva un esfuerzo y un sentimiento de no saber exactamente hacia donde se va y que se pretende conseguir, pero para eso estamos los educadores: para saber conducir a los educandos hacia su fin. El fin de cada uno será distinto dependiendo de los gustos personales, las habilidades y las destrezas (unos querrán ser músicos, otros médicos, otros agricultores, etc…) pero es cierto que hay un fin común a todos que debe de ser alcanzado, el ser felices y plenos como personas.

Para que los alumnos o hijos puedan madurar, habrá veces que parecerá que no atienden a nuestros consejos o enseñanzas y es que el ser humano también aprende desde el error. Tendrán que confundirse para darse cuenta de que aquello que les decíamos era lo mejor para ellos y cuando se confundan no podemos tirar la toalla, debemos de ser persistentes en lo que pretendíamos enseñar, siempre desde el amor y sacando las cosas positivas del proceso.

Al igual que el agricultor de bambú japonés, seguramente, la primera vez que plantó semejante cultivo, debido al desconocimiento y la desinformación, el cultivo no logró cubrir sus expectativas. Por ello es tan importante que los docentes tengamos una formación inicial y permanente, para conocer aquello que queremos madurar, como enseñar, como se aprende, cual es el fin de la educación, etc.

Siguiendo con el símil del agricultor que no logró sus frutos en un primer momento pero sí los logró a medida que aprendió, no podemos rendirnos si algo no ha salido tal y como pensábamos, sino que debemos de ser persistentes con aquello que queremos conseguir, levantarnos una y otra vez después de cada caída para comenzar de nuevo con más ganas y más ilusión.

Debemos de regar bien nuestros pequeños bambús, porque el día que florezcan, lo harán de forma más rápida de lo que pensábamos y podremos observar las maravillas de todo el esfuerzo, la paciencia y el trabajo que habíamos invertido en nuestra ardua tarea, maravillándonos y sintiéndonos satisfechos con los frutos obtenidos.

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